Fecha: 8/03/2022

Hay desgracias naturales que suceden súbitamente, destruyendo la vida allá donde alcanzan. Hay otras que avanzan despacio y con tenacidad, sembrando la muerte con parsimonia.

Lo que diferencia unas de otras no es su capacidad mortífera, sino la reacción que producen en público y gobernantes. Las primeras despiertan la solidaridad, ocupan nuestro imaginario y nos incitan a reaccionar, las segundas, las lentas, son comentadas con fatalismo, pero atajarlas se hace raramente una prioridad.

La Palma sufrió en 2021 dos desgracias naturales. Una fue la erupción del volcán, que tanto destruyó y tanto nos ha comprometido para ayudar a recuperarnos de su efecto. La otra es la continuidad de una sequía agudísima, que ha dejado su viñedo sureño en estado de agonía. Las dos desgracias conllevan muerte, pero una es inevitable y la otra no. Una, el volcán, se debe remediar a posteriori, la otra tiene que atajarse antes que consiga su efecto.

La Palma tiene a su cultura y sus paisajes como emblemas que atraen tantos visitantes. También tiene en sus productos agrícolas, y muy particularmente sus mejores vinos, embajadores que introducen La Palma en el imaginario de personas que nunca la visitaron, y que llevan el prestigio de la isla a lugares hasta ahora insospechados.

Los grandes vinos de Fuencaliente, hechos de cepas únicas en el mundo, de expresiones inimitables, producen en el que los saborea el respeto atónito ante el milagro del gusto, y le embeben de amor por sus paisajes de origen. Son ensueño líquido de la isla, que se desplazan por el mundo alimentando su mito y su belleza.

Ese paisaje, esas viñas, se están muriendo. No pueden más con la falta pertinaz de agua. El riesgo de desaparición de una joya de La Palma, de uno de sus mejores emisarios, es muy alto. Un año más de sequía basta para extender la muerte irremediable a ese ejemplo del ingenio y el esfuerzo humanos, a ese monumento a la vida que surge en las condiciones más duras, que es el viñedo de Fuencaliente.

Sin embargo, hay una solución. Basta con instalar sistemas enterrados de riego, de mínimo impacto ambiental y visual, para salvar esos ecosistemas del avance del desierto más cruel. Haciéndolo a escala comarcal, para que se minimicen impactos, costes y esfuerzos, para que todos los fuencalenteros puedan responder a una. Haciéndolo como labor de Gobierno para salvar un territorio, y no como un parcheo de iniciativas empresariales. Que cuando una viña muere, todo el viñedo sufre.

Hay todavía gente que se opone al riego, por razones de que les parece poco “natural”, y de no favorecer la producción excesiva y de menor calidad. Prefieren el fatalismo de contemplar la desaparición del viñedo a la humanidad de luchar para tenerlo en vida.

Como si la sequía no fuera una consecuencia del cambio climático. Como si se pudiera mantener un equilibrio natural cuando la naturaleza ha cambiado. Como si los viñedos no hubieran nacido de manos humanas. Como si los viñadores funcalenteros tuvieran el menor interés en tirar por tierra sus esfuerzos de tantos años, que son los causantes de esos vinos deliciosos y únicos, para producir vinos diluidos y sin alma.

 

Los humanos intervinieron en la naturaleza para crear ese viñedo asombroso. Los humanos deben volver a intervenir para mantenerlo. Nuestro deber no es observar los estragos del clima, sino adaptarnos a ellos, como hemos hecho durante miles de años.

Ahora que todos hablamos de ayudar a los palmeros a sobreponerse a la adversidad del volcán, ahora que se destinan recursos para inversiones en la isla, es el momento de, también, apoyar el riego salvador del viñedo de Fuencaliente. El cambio climático obligará a dotar de riego a casi todo el viñedo canario. Empecemos con el caso más urgente, y aprendamos de la experiencia para extenderla por las islas.

Por favor, gobernantes, público, dediquemos nuestra solidaridad a proporcionar un futuro a las víctimas de la cambiante naturaleza, tanto a los que todo perdieron en un día como a los que ven que se pierde todo con lenta crueldad e inexorable efecto.

En ello nos va la vida en el territorio, en ello nos va la Isla Bonita.